jueves, 16 de noviembre de 2023

La historia de Esperanzo II parte que trata de lo que pudo acontecer y nunca sucedió…, pero…


Lo que os cuento de mi tío Esperanzo no es una biografía, en sentido estricto, pero tampoco es un currículum, quizás más bien un cuento … pero tampoco sería un cuento pues incluye datos biográficos muy concretos, entonces ¿qué sería? … en fin lo mejor es que la leáis y opinéis, aunque a mí personalmente como pensante y escribiente eso es lo que menos me importa ejem, ejem, ejem…

Esperanzo García era un hombre sencillo y trabajador. Nació en el año 1901 en Fortuna, un pequeño pueblo de Murcia, donde vivió su infancia rodeado de naturaleza y tranquilidad.

Su padre, José García, era carbonero y se encargaba de vender carbón vegetal a los vecinos de Molina de Segura; tenía su tienda en una calle que se llamaba “Calle Ancha”. Su madre, Francisca Bernal, era ama de casa y se ocupaba de cuidar de él y de sus hermanos y hermanas: Paquita, Josefa, Pepe, Isabel y…María la menor entre sus hermanos.

La mamá de Esperanzo con casi 100 años
La mamá de Esperanzo con casi 100 años

Esperanzo era el mayor de los seis y desde pequeño ayudaba a su padre en la carbonería. Le gustaba aprender el oficio y sentirse útil. No le gustaba ir al colegio, donde hubiera destacaba por su inteligencia y su buen comportamiento, pero ¡ay! terminó sin saber leer, ni escribir ni hacer números. Era un niño curioso y soñador, que disfrutaba mirando libros de aventuras e imbuido por jugar con sus amigos, formando pandillas, jugando a las canicas, a la una la mula, lo pasaba muy bien, sin preocuparse con otros asuntos.

Jugando a las canicas

Cuando Esperanzo cumplió 12 años, su padre le dijo que ya era hora de dejar de ser un niño curioso y aventurero y dedicarse por completo a la carbonería y a echar una mano en el campo. Esperanzo se entristeció, pero no se atrevió a contradecir a su padre. Sabía que su familia necesitaba el dinero y que él tenía que contribuir al sustento. Así que dejó de lado su vida de niño y se puso el mono de trabajo.

La tienda de Carbón (Similar)

Los años pasaron y Esperanzo se convirtió en un guapo joven, fuerte, responsable y algo aventurero. Seguía trabajando con su padre en la carbonería y en el campo, pero también tenía otros proyectos e ilusiones. Una de ellas era tener una finca propia, donde poder cultivar la tierra y criar animales. Otra era encontrar una mujer con la que compartir su vida.

Un día, su padre le dio una buena noticia: había comprado una finca en un lugar llamado Las Canteras, cerca de Molina de Segura. Le dijo que era una buena oportunidad para ampliar el negocio y que quería que Esperanzo se encargara de ella. Esperanzo se alegró mucho y aceptó el encargo. Al día siguiente, cogió sus cosas y se fue a Las Canteras.

La finca era grande y bonita, pero también estaba descuidada y abandonada. Esperanzo se propuso arreglarla y mejorarla. Lo primero que hizo fue construir una casa, medio cueva, junto a la rambla llamada de Las Canteras. Allí se instaló y empezó a vivir con parte de su familia.

Vista aérea finca de Las Canteras

Lo segundo que hizo fue excavar un montón de pozos para encontrar agua con la que regar el campo. Pero nunca la encontró. Por más que cavaba y profundizaba, solo encontraba tierra seca y piedras duras. Esperanzo no se explicaba por qué no había agua en aquella zona, si estaba tan cerca del río Segura y junto a la rambla que la atravesaba de lado a lado.

Pero Esperanzo no se desanimó y siguió buscando soluciones. Como imaginación no le faltaba, pensó que quizás podría traer el agua desde el río mediante un sistema de canalización o bombeo. Para ello necesitaba dinero, materiales y mano de obra. Así que decidió ir a Molina de Segura a buscarlos.

Molina de Segura era una ciudad próspera y moderna, donde había todo tipo de comercios e industrias. Esperanzo llegó allí y cargó su carro de carbón vegetal, dispuesto a venderlo y a comprar lo que necesitaba. Pero pronto se dio cuenta de que no era tan fácil como pensaba.

El carbón vegetal ya no tenía tanta demanda como antes, pues la gente prefería usar otros combustibles más baratos y eficientes, como el gas o la electricidad. Además, había mucha competencia entre los carboneros, que se peleaban por los clientes y bajaban los precios.

El carro ya aparcado (Foto de Marco)

Esperanzo tuvo que recorrer varias calles y plazas hasta encontrar un comprador dispuesto a pagarle un precio justo por su carbón. Se trataba de un hombre llamado Juan Martínez, dueño de una panadería. Juan le compró todo el carbón y le pagó en efectivo.

Esperanzo le dio las gracias y guardó el dinero en su bolsillo. Luego le preguntó si sabía dónde podía comprar los materiales y contratar a los obreros para su proyecto de canalización del agua. Juan le dijo que sí, que conocía a unos hombres que podían ayudarle.

Juan le llevó a un bar, donde le presentó a sus amigos: Manuel, Paco y Pepe. Eran tres hombres de mediana edad, que se dedicaban a la construcción y a la fontanería. Juan les explicó el plan de Esperanzo y les preguntó si estaban interesados en participar.

Los tres hombres se miraron entre sí y asintieron. Dijeron que sí, que les parecía un buen trabajo y que estaban dispuestos a hacerlo. Le pidieron a Esperanzo que les mostrara la finca y que les dijera cuánto les iba a pagar.

Esperanzo aceptó y los invitó a subir a su carro. Los cuatro hombres salieron del bar y se dirigieron a Las Canteras. Por el camino, les contó más detalles sobre la finca y sobre su vida. Los otros le escucharon con atención y simpatía.

Llegaron a la finca al atardecer y Esperanzo les enseñó la casa, el campo y los pozos. Los tres hombres examinaron todo con interés y profesionalidad. Le dijeron que el proyecto era factible, pero que requería de mucho trabajo y dinero.

Esperanzo les preguntó cuánto dinero necesitaban y ellos le dieron una cifra. Esperanzo se quedó sorprendido, pues era más de lo que él tenía. Les dijo que no podía pagarles tanto y les pidió que le hicieran una rebaja.

Los tres hombres se negaron a bajar el precio. Dijeron que era lo justo y lo necesario para hacer el trabajo bien hecho. Le dijeron que si no podía pagarles, que buscara a otros.

Esperanzo se sintió decepcionado y enfadado. Les dijo que eran unos aprovechados y unos ladrones. Les dijo que se fueran de su finca y que no volvieran nunca.

Los tres hombres se ofendieron y se pusieron violentos. Le dijeron que él era un tacaño y un ingenuo. Le dijeron que se arrepentiría de haberlos tratado así. Le amenazaron con hacerle daño a él y a su finca.

Esperanzo no se dejó intimidar y sacó una escopeta que tenía guardada en la casa. Les apuntó con ella y les ordenó que se marcharan. Los tres hombres se asustaron y huyeron.

Esperanzo respiró aliviado y guardó la escopeta. Se sintió triste y solo. Se dio cuenta de que no podía confiar en nadie y de que tenía que seguir buscando agua por su cuenta.

Pero no todo estaba perdido para Esperanzo. Unos días después, algo ocurrió que le cambió la vida para siempre: conoció a María Carrillo.

Una noche, Esperanzo fue a buscar a María al piso donde residía y la ayudó a saltar por la ventana, tras alguna que otra peripecia. Llevaban consigo una bolsa con algunas monedas que Esperanzo había ahorrado y un anillo que María había cogido de su madre. Corrieron hacia la finca de Esperanzo, donde tenían preparada una mula. Montaron en ella y se alejaron de Molina de Segura.

La mula de Esperanzo y María

Su plan era ir a Fortuna, el pueblo natal de Esperanzo, donde creían que podrían vivir en paz. Pero el camino no fue fácil. Tuvieron que sortear varios obstáculos: una rambla crecida, una banda de salteadores, una tormenta… Pero nada pudo detenerlos. Llegaron a Fortuna al amanecer y buscaron un cura que los casara.

El cura, a la sazón párroco del pueblo, los reconoció como los hijos de José García y Pedro Carrillo, dos viejos amigos suyos. Se alegró de verlos y les preguntó qué hacían allí. Ellos le contaron su historia y le pidieron que los casara. El cura no accedió porque María no era feligresa suya, no obstante les advirtió que sus padres no estarían contentos con su decisión, circunstancia que los dejó algo sorprendidos. ¿Porqué sus padres no estarían contentos?, se preguntaron…

Pasado un tiempo Esperanzo y María volvieron a su finca de las Canteras ilusionados de volver a comenzar la aventura de poner la finca en producción.

María estaba en la nueva casa, que Esperando construyó sobre una pequeña loma, preparando la comida, cuando vio a su marido y a su amigo salir del pozo con un gran hueso en sus manos. Se acercó a ellos para ver qué era lo que habían encontrado.

  • ¿Qué es eso? - preguntó María con curiosidad.
  • Es un hueso de dinosaurio - respondió Pedro, conocido como El Choclas, con orgullo - Es el secreto que te había dicho. He venido a esta zona porque estoy buscando fósiles de dinosaurios. Soy un paleontólogo, un científico que estudia los restos de los animales prehistóricos.
  • ¿Un paleontólogo? - repitió María con incredulidad - ¿Y por qué no nos lo habías dicho antes?
  • Porque quería mantenerlo en secreto hasta encontrar algo. No quería crear falsas expectativas ni llamar la atención de posibles competidores o ladrones - explicó Pedro.
  • ¿Y has encontrado algo más? - preguntó María.
  • Sí, he encontrado varios huesos más en los otros pozos. Pero este es el más grande y el más importante. Creo que pertenece a una especie desconocida de dinosaurio. Podría ser un gran descubrimiento para la ciencia - dijo Pedro con entusiasmo.

María miró a su marido, esperando su reacción. Esperanzo estaba tan sorprendido como ella. No sabía qué pensar ni qué decir. Había ayudado a su amigo sin saber lo que hacía, y ahora se encontraba con que había participado en una gran aventura científica.

  • ¿Qué te parece, Esperanzo? - le preguntó Pedro - ¿No te alegras de haberme ayudado? ¿No te sientes orgulloso de haber encontrado un hueso de dinosaurio?
  • Pues… sí, claro… me alegro… me siento orgulloso… - balbuceó Esperanzo, sin mucha convicción.
  • Entonces, ¿qué te parece si celebramos este hallazgo? Podríamos ir al pueblo y contarle a todo el mundo lo que hemos hecho. Seguro que nos felicitan y nos admiran. Y podríamos invitar a tu hermana María y a tu cuñado Julián a comer. Ellos también estarán contentos de saber lo que has hecho - propuso Pedro.

Esperanzo no estaba muy seguro de querer hacer eso. Él prefería llevar una vida tranquila y sencilla, sin complicaciones. No le gustaba llamar la atención ni presumir de nada. Además, tenía miedo de que su hermana y su cuñado se enfadaran con él por haber metido a un extraño en sus tierras sin pedirles permiso.

  • No sé, Pedro… yo creo que mejor nos quedamos aquí… no hace falta que le digamos nada a nadie… esto es cosa nuestra… - dijo Esperanzo con timidez.
  • Vamos, hombre, no seas tonto. Esto es algo muy importante. No puedes guardártelo para ti solo. Tienes que compartirlo con el mundo. Además, yo te lo agradezco mucho. Eres un gran amigo y un gran colaborador. Sin ti, no habría podido encontrar estos fósiles - insistió Pedro.

Pedro cogió el hueso de dinosaurio y se lo puso sobre el hombro. Luego cogió la mano de Esperanzo y se la apretó con fuerza.

  • Vamos, Esperanzo, vamos a celebrar este día tan especial. Vamos a contarle a tu hermana, a tu cuñado, a tus amigos y a todo el pueblo lo que hemos hecho. Vamos a ser famosos por haber encontrado un hueso de dinosaurio - dijo Pedro con una sonrisa.

Y así fue como Esperanzo y Pedro salieron de la finca de Las Canteras, seguidos por María y por la vieja mula, rumbo al pueblo, donde les esperaba una gran sorpresa…

 

Escrito por Alonso Rubio, el sobrino de Esperanzo.

(Seguirá)

domingo, 12 de noviembre de 2023

ESPERANZO EL HOMBRE QUE BUSCABA AGUA Y ENCONTRÓ UNA SIRENA, QUE NO ERA OTRA QUE ARETUSA - 1ª PARTE

 Animado por el relato que hace unos años escribió mi primo Cecilio Hernández Rubira titulado "Agua", me he propuesto continuar con la historia de mi Tío Esperanzo, pero más imaginativa aunque basada en datos fehacientes obtenidos desde un montón de fotos, unas reales, otras similares, otras, ... , además de algunos textos originales referentes al devenir de Esperando y sus historias o también podríamos llamar intrahistorias.

Su vida y sus experiencias no tienen desperdicio, constituyen una maravilla recordarlas, escribirlas y vivirlas, aunque sea en un mundo moldeado por el espacio/tiempo. 

Esperanzo siempre estaba buscando agua en su finca, pero por más pozos que hacía no la encontraba, hasta que un día, mientras excavaba en una colina, oyó un sonido extraño. Era como un susurro, una voz que le hablaba desde el fondo de la tierra. Esperanzo se asomó al agujero y vio una luz azulada que iluminaba una cueva subterránea. Allí había un manantial de agua cristalina, pero también algo más: una figura humana que le sonreía con una mirada misteriosa. Era una mujer hermosa, de cabellos rubios y ojos verdes, vestida con un traje blanco que parecía hecho de espuma. Esperanzo se quedó sin aliento, sin saber si estaba soñando o si había encontrado a la ninfa del agua que tanto había buscado.

La mujer le habló con una voz dulce y melodiosa, que le llegó al corazón de Esperanzo. Le dijo que se llamaba Aretusa, y que era la guardiana del manantial. Le explicó que llevaba mucho tiempo esperando a alguien como él, que la pudiera ver y escuchar, y que la quisiera. Le pidió que se acercara a ella, que entrara en la cueva y que fuera su compañero. Esperanzo se sintió atraído por Aretusa, por su belleza y su bondad, pero también tenía miedo. No sabía si podía confiar en ella, ni qué consecuencias tendría seguir su invitación. ¿Y si era una trampa, una ilusión, una locura? ¿Y si al entrar en la cueva perdía su libertad, su memoria, su vida? Esperanzo dudó un momento, pero luego recordó lo solo que se sentía en su finca, lo duro que era su trabajo, lo poco que le ofrecía el mundo. Pensó que quizás Aretusa era un regalo del destino, una oportunidad de ser feliz, de encontrar el amor y el agua que tanto anhelaba. Así que decidió arriesgarse, y bajó por el agujero hacia la cueva, donde lo esperaba con los brazos abiertos.

Después de que Esperanzo entrara en la cueva, Aretusa lo abrazó y lo besó con pasión. Le dijo que era suyo, y que nadie más podía verla ni tocarla. Le mostró el manantial, que era una fuente de vida y de magia, y le ofreció beber de él. Esperanzo bebió el agua, y sintió una sensación de paz y de alegría. Aretusa le dijo que el agua le daría la eterna juventud, y que podrían vivir juntos para siempre en la cueva, sin preocuparse de nada más. Esperanzo se sintió feliz, y aceptó quedarse con Aretusa. Se olvidó de su finca, de su familia, de sus amigos, de todo lo que había fuera de la cueva. Solo pensaba en Aretusa, y en el amor que le tenía.

Pero no todo era perfecto. Con el tiempo, Esperanzo empezó a notar que Aretusa era muy posesiva y celosa. No le dejaba salir de la cueva, ni hablar con nadie más. Le controlaba todo lo que hacía, y le exigía que le demostrara su amor constantemente. Esperanzo se sentía agobiado, y empezó a extrañar su vida anterior. Quería ver el sol, el cielo, las estrellas. Quería respirar aire fresco, caminar por el campo, hablar con otras personas. Quería ser libre. Pero Aretusa no se lo permitía. Le decía que si la abandonaba, ella moriría, y que él también perdería el agua y la juventud. Le amenazaba con hacerle daño, o con hacerse daño ella misma. Le hacía sentir culpable, y le manipulaba con sus lágrimas y sus ruegos.

Esperanzo se dio cuenta de que Aretusa no era la ninfa del agua que había soñado, sino una sirena que lo había atrapado con su canto. Se arrepintió de haber entrado en la cueva, y de haber dejado atrás todo lo que tenía. Pero ya era tarde. No sabía cómo escapar de Aretusa, ni cómo volver a la superficie. Estaba prisionero en la cueva, sin esperanza de salir. Y así termina la primera parte de la imaginada historia de Esperanzo, el hombre que buscaba agua y encontró una diosa convertida en sirena.

Continuará

Alonso, junio 2023

viernes, 23 de junio de 2023

LA INCREIBLE HISTORIA DE MI TIO ESPERANZO

 Hay personas que han nacido y que sin saberlo han sido el origen de unas emocionantes historias, dignas del mejor guion cinematográfico, estoy hablando de mi añorado tío ESPERANZO. 


Cecilio Hernández Rubira hace un tiempo escribió un relato histórico/poético sobre uno de los aspectos más interesantes y esclarecedor de Esperanzo, nuestro tío; le puso por título "AGUA" y no digo más, lo tenéis completo a continuación:

"AGUA''

Las tierras de la  heredad  le fueron  encomendadas a Esperanzo para  su cultivo y explotación tras la muerte de su padre.  Sus cuatro hermanas vivían en lugares  dispersos  del  país  y  tenían  resuelta  su vida  con  el  trabajo  de  sus respectivos maridos. Esperanzo era un solterón de avanzada edad que vivía en la soledad de aquellos parajes con un espíritu alegre y extrovertido;  amigo del vino y del  buen  flamenco,  familiar  por  todos sus  costados,  era la alegría de cualquier casa cuando estaba de visita; todos los sobrinos le llamaban el Tío.

Vista aérea del lugar en donde se alzaba la antigua casa/cueva en donde comenzaron las aventuras de Esperanza por aquellos secanos lugares. A ese lugar la familia García lo reconocían con nombre de "El Codo", ya que era un recodo de la rambla de las Canteras, orientado totalmente al sur, caliente en invierno pero tórrido en verano. 

El  Campo,  nombre  con el que  se conocía familiarmente  la  heredad,  se componía de  un  desordenado  abancalamiento salpicado  de  lomas de  greda, barrancos  y  una  rambla  circundante  por  donde  bramaba  el  agua  tras  las tormentas  otoñales.  En  la  colina más elevada se situaba  la  casa  desde  cuya puerta  se recibía el sol del amanecer con la  visión de todas las  parcelas de la finca.  Al  abrir  la  puerta,  se  percia  un  extraño  olor  a  cosecha  recogida  y herramienta  parada,  a pan de varios  días y rezume  de  zafras y toneles,  que vertían su  agitada paz por la sencilla cocina de baja  chimenea  donde  ardían cada año los  árboles talados  y los  viejos arbustos  que nada producían en la finca. A la  izquierda,  pasado el umbral de la puerta, estaba el viejo pajar,  con la paja apilada hasta  dos  palmos del techo  de vigas de  madera; enfrente,  a la derecha  de la  entrada,  había  un  sencillo  dormitorio  con una cama de madera destartalada  y un  antiguo  ropero  de luna  cuarteada y difusa  claridad;  sólo un viejo ventanuco anunciaba  la  luz del nuevo día. Al fondo de la casa, una  puerta recia de madera carcomida comunicaba con el corral donde convivían conejos, pavos,  gallinas y el gallo principal, que cada madrugada servía de despertador; Esperanzo decía: "Ha  cantado el gallo", "son  las  cinco de la  mañana".  Muchos gallos  acabaron  en la  cazuela  por  no  precisar  exactamente  la  hora.  En un aparte del corral, la  mula reposaba de las  largas  horas  de  trabajo por aquellos irregulares campos.

La mula y la  escopeta de caza eran la  única compañía de Esperanzo,  al que  le  bastaban  tres  cosas más para ser feliz:  que la  zafra  rebosara  aceitnuevo,  que el tonel rezumase vino de la  cosecha y que el saco de la  harina  se mantuviese firme  en una  esquina de la  casa; sobre estas cosas  construía sus sueños,  al fuego  de  la  cocina,  con  un  buen  cigarro  de  picadura  y  con  la esperanza de ver el agua manar por los  pozos que  abría, donde su olfato de zahorí le dictaba, pero todas sus tentativas habían  resultado baldías.

 

Se acercaba la  Navidad  y decidió pasarla junto a dos de sus  hermanas que  vivían  en  un  pueblo  cercano,   a  unos   kilómetros  del   Campo.  Aquella mañana de la Nochebuena se dedicó a escoger las cañas más voluminosas del espeso   cañal   que   había   en   un   recodo   de   la   rambla;   con   las   cañas seleccionadas  construyó castañetas para los  hijos de sus sobrinos.  Había  una música oculta en el arte de manipular tan  sencilla materia  prima;  con su vieja navaja  cabritera  pelaba y afilaba  las  cañas,  las  cortaba,  tras  una  geométrica hendidura,  para luego disponer el agujero rectangular en una de las mitades de la   caña;  de  la  finura  de  este  agujero,  de  su  superficie  y  perfecto  encaje dependía  el hermoso  sonido  que  por la  noche  acompañaría  a los  múltiples villancicos que salían de su  boca, tan espontáneos y alegres  como el vino que le  impulsaba.   La  presencia  del  Tío  en  las  casas  del  pueblo  era  como  un torrente  de  alegría,   sobre  todo  para   los   niños,   que  salían  en  tropel  y  se arremolinaban  en torno a él y a la  mula,  dando  gritos  e instándole  a que  les diera las  famosas volteretas,  en medio de la  calle, con toda la  algarabía  de la fiesta  navideña;  entonces,   Esperanzo  cogía  a  uno  de  los  niños  o  niñas  y poniéndole  la  cabeza hacia  abajo y el tronco inclinado,  recogía las  pequeñas manos del chaval que entre sus propias piernas aparecían y así daba un rápido giro  hasta  encontrarse  de  frente  con  la  cara  sorprendida  del  niño,   lo  que aprovechaba  para  darle  un  estruendoso  beso y decirle  lo  mucho que  había crecido o lo guapa que estaba.

 

En   la   cena  de  Nochebuena,   en  torno  al  avivado  fuego,   la   familia comentaba sobre asuntos  acontecidos  aquel año;  Esperanzo  ponía  la  guinda en esas conversaciones con sus chascarrillos y anécdotas que hacían la delicia de todos. En un momento de silencio,  el sobrino  mayor le dijo: -Tío, está usted todo el año allí, en el Campo,  tan solo ... ,      que tal vez  fuese  conveniente se buscase una mujer ... -.


Esperanzo  que había  empinado el porrón en ese instante,  aún sin tragar el vino,  se echó la mano a  la boca para contener la risa y le dijo: -hombre, si ya tengo la mula y tengo un gallo que es un reloj, ¿te parece poca compañía?-.

 

El sobrino  insistió,  ahora con el asentimiento  de las  dos hermanas:  -No es broma,  le  pasa a Vd. algo y qué hacemos ...  Se nos  muere allí sin enterarse nadie-. Sus hermanas dijeron: -Nene (así le llamaban familiarmente),  el sobrino tiene razón, nosotras hablaremos con el cura del Carmen que tiene una criada, soltera, de tu edad y muy buena mujer,  por cierto.

-¡Dejaos  de  tonterías!,  exclamó  Esperanzo,  y  tomando  la  castañeta empezó a cantar villancicos.

No quisieron  insistir más y se prepararon  para acudir todos a la  Misa del Gallo.

Aquella noche, en casa de su hermana Francisca, Esperanzo contó las horas,  meditando sobre la  propuesta que le  hacía la  familia.  Se dijo: una  mujer en la casa, al menos podrá preparar algo caliente para comer,  cuidará de los animales,  me ayudará  en la dura tarea de abrir pozos y,  sobre todo,  en esas horas calladas de la  noche, después de la  cena, cuando el vino te calienta más que el fuego, nada mejor que tener al lado una mujer para contarle tus cosas y decirle que  la deseas  aunque  sea vieja y fea,  porque  la soledad  y el vino te hacen  ver el mundo  de otra forma  y,  luego,  aún tengo  fuerzas  para amarla como Dios manda  ¡Jo!,  menuda raza la  nuestra;  mi padre,  con ochenta  años, aún deseaba  tener relaciones  con mi madre y,  cuando me lo  contaba,  yo me moría de risa ...  , no parece mala idea.

 

Amaneció  el  día  de  Navidad  con  un   cielo  azul  cristalizado.  El  sol resbalaba perezoso por las paredes ocres de las viejas casas del pueblo y las campanas   de   la   iglesia   anunciaban   la   Misa   Mayor  mezcladas   con   el estruendoso  canto  de  los  gorriones  que  tomaban  el  sol  en  la  torre  y  se protegían  del  aire  gélido  que  recorría  las  calles.  Las gentes  se vestían  de estreno  y  los  hombres  se  agrupaban  en  pequeños  corros,  pegados  a  las paredes soleadas y, desde allí, miraban con ansiedad a las  mujeres que iban  a la  iglesia,  sobre todo a  las  aguerridas  mozas de macizas piernas,  endurecidas por el frío,  y con esa ardiente  música que surgía  del roce  de  sus medias de seda.  Esperanzo  gustaba  charlar  con aquellos  hombres,  hasta  la  hora  de la comida, mientras los  ojos se le  iban  detrás  de aquellas  bien vestidas mujeres que,  por un día,  abandonaban  las  fragosas tareas  para convertirse  en reinas del  deseo.  La  mayoría  de  noviazgos  y futuros  matrimonios  nacían  con  las Navidades, desafiando al frío.

 

A media  tarde,  tras  el  pesado  cocido  con  pelotas  de  relleno,  con  el dulzor de los  cordiales de almendra  y con el aliento de la  última  copa de  anís, Esperanzo cogió la  mula y emprendió viaje de regreso al Campo.  El camino de polvo y piedra  dejaba atrás las  casas y la  torre de la  iglesia,  envueltas en un murmullo que se apagaba a medida que sus pasos se  alejaban.  En un alto del camino, tras el cual se perdía la  imagen  del pueblo,  Esperanzo  miró por última vez las casas y la torre, observó el viejo cementerio donde yacían sus padres y dos  de sus sobrinos  que  murieron  en  plena juventud;  sintió  un  escalofrío  al escuchar unas voces apagadas,  como venidas del más allá y tuvo un poco de miedo, aunque enseguida  reaccionó y lo atribuyó a la pesada digestión de la copiosa  comida.  Miró el  paisaje  desolado  del  campo  en  invierno  y  las  tres montañas escalonadas  que daban  al  norte  y recordó  los  largos  días con su padre,  a los  pies de  la sierra más alta,  fabricando el carbón que sería sustento de su negra vida.

 

Vista aérea del Campo, según una ortofoto. En ella se pueden difícilmente apreciar
 los lugares en donde estaban situadas la antigua casa, junto la rambla de Las Canteras y la nueva construida por Esperanzo.

Pasado el valle y apenas iniciada  la  pendiente  de las  inmensas  lomas gredosas  que  conducían  al  Campo,   a  través  de  una  estrecha  senda  con sucesivos cambios de pendiente,  observó el último  sol de la  tarde,  como una inmensa  brasa  del fuego que le  reunió con la familia,  deshilado por las  cruces deshojadas  de los  almendros,  brillando  en las  sencillas  cuchillas de los  olivos, blancos  o grises  según  capricho  del  viento,  y sintió  a su alrededor  todo  el aroma  del  monte  con el  romero  en  flor  y el verdor  de  la  ajedrea  como  un intenso  olor de  orzas  con  aliño  de aceitunas.  Descendió  hasta  la  pequeña fuente  que manaba de  una lastra perforada y bebieron la mula y él un  agua cristalina,   dulce,    acompañada   de   un   fuerte   olor   a   baladre   y   arbusto humedecido;   a   lo  lejos  se  oía  un  canto  metálico  de  perdices  que  le  hizo recordar  las  intensas  horas  de puesto, acompañado de su sobrino  mayor,  por aquellos  montes  que  rodeaban  el  Campo.  De  vuelta  a  casa,   preparó  las herramientas y los animales para el trabajo del día siguiente y meditó de nuevo sobre  la  propuesta  que la  familia le  hizo.  Otra vez su  cabeza,  pendiente  sólo del agua, se escapaba pensando en la  posibilidad  de tener una  mujer en casa con la que compartir tantas cosas.


El día de  fin  de año recibió la  visita de dos de sus sobrinos  y,  tras  una larga  noche  de vino y coplas,  le  convencieron para ir  a saludar a la  persona que sus hermanas  le  habían  buscado  como esposa. La mañana de  año nuevo la  emplearon en vestir al Tío, con zapatos de suela de cuero,  camisa blanca, corbata de rayas y un traje cruzado color teja y dibujo de espiga y ojo de perdiz que hacía de Esperanzo un apuesto galán. Se reían  cuando él se miraba en el viejo espejo del ropero y se decía:" ¡coño!,  si parezco Gary Cooper".  Entrada la tarde,  llegaron  a la  iglesia  del Carmen  donde  esperaban sus dos hermanas,  el Sr.  Cura y María que era la persona destinada a ser su esposa.

 

María  era  una  mujer  rubia,  bajita,  con una  cara  poco  agraciada  que torcía la  boca al rr,  tenía unos  ojos muy claros pero sin expresividad  y sus manos estaban castigadas  por  un  intenso  trabajo en casa del  cura.  Era muy buena  cocinera,  ordenada  y obediente.  Se saludaron  y,  tras  unas  horas  de conversación, quedaron citados para la boda que se celebraría el día de Reyes próximo.

A  la  boda acudieron  todas  las  hermanas  de Esperanzo,  los  sobrinos, gran  parte de ellos venía de Barcelona,  y los  niños  que  tanto  disfrutaron  con sus volteretas.   Fue  un  día  alegre  que empezó  muy  temprano,  con  la  misa primera  de  las   ocho,  ya  que  este  tipo  de  bodas,  entre  gente  mayor,   se celebraba   a  primeras   horas   para  quitarle   solemnidad.   Los  novios    el acompañamiento  se desplazaron  al Campo donde se celebró la  fiesta,  para la cual se mataron dos corderos  y se degustaron  múltiples dulces  navideños  y licores   de  Casa  Albert,   tales  como:  "Beso   de  Novia".   Los   sobrinos. más bullangueros,  permanecieron  allí  hasta  altas  horas  de  la  noche  y  le  hacían señas de complicidad  al Tío  para  cuando ya  los  novios  se quedasen  solospero Esperanzo zanjó el asunto diciéndoles:  -Pegaos ya un clareo,  a ver si  me vais a joder mi noche de bodas-. María terciaba y decía: -Esperanzo,  déjalos, no  ves que  han bebido mucho-. -Tú  tienes que aprender,  desde  hoy,  a callar cuando yo hable-,  contestó él.  Como el ambiente  se ponía un  poco serio,  los sobrinos  cogieron sus bicicletas  y salieron a todo pedal,  por  la  cuesta abajo, hacia el camino.

 

La casa que se construyó Esperanzo en la cima de una pequeña loma, rodeada de chumberas y muy cerca de la era. Tenía una puerta en el centro de su fachada acompañada de dos ventanas. En la foto también podemos apreciar el viejo horno moruno en el que, además del pan, hacía, muy de vez en cuando, ricos asados. 

Aquella noche  fue algo muy especial para  las  dos  almas que  llenaban los  vacíos  de  aquel  lugar  solitario.  El gallo  cantó a las  cinco en  punto de la mañana y Esperanzo se dio medio vuelta en la cama para iniciar una  recta final de sueño; pero María aprovechó para  levantarse  con sigilo y empezar a poner orden en la  casa.  Cuando  los  primeros  rayos  de sol  irrumpieron  a través  del viejo ventanuco de madera, Esperanzo percibía  un  intenso  aroma de café  por toda la  casa y un desconocido  olor a limpieza  que se adentraba por la  puerta entre  abierta de  la  habitación.  Se vistió  deprisa  con la  ropa  de trabajo  que María  le  había  dejado sobre el pie de la  cama; abrió  la  puerta de la  casa, y le cegó la  ráfaga deslumbradora  de sol que ya inundaba el pasillo,  hasta el fondo de la  cocina.  Salió al exterior y  percibió el frío de la  mañana,  ahora suavizado por el sol de un día radiante;  miró las  lomas  impregnadas de un leve  rocío que poco  a  poco   se  condensaba  sobre  laderas  teñidas  de cenicientas  flores  de romero o resbalaba  por las  rosadas flores de tomillo para caer sobre los verdes espartales. La casa estaba faldeada por interminables  colonias de  chumberas verde-azuladas  donde  sobresalían  las  erectas espadas de las  piteras  con sus azules turquesa,  más brillantes  bajo el sol. Esperanzo se  extasiaba con aquel paisaje de luz que más abajo se dibujaba en los dorados y marrones tonos del tarayal, entremezclados  con los  verdes  apagados y anaranjados  de las  sosas que  surgían  de la  rambla,  allá, al  fondo de la finca,  bajo los  ocres azulados de los cortados de greda.  Miraba,  al fin,  con un entrecortado suspiro,  los montones de tierra acumulada en cada boca de pozo y los fue contando,  hasta  un total de diez;  el  último   pozo  aún   conservaba  el  trípode  de  los  gruesos  palos  que fuertemente  atados  con  pleita  de esparto  picado  se  unían  en  la  cúspide  de aquella simbólica  pirámide por donde izaba  la tierra cavada y una parte de sus sueños.


La  búsqueda  del agua era una  obsesión cada vez  más fuerte  y  había días que la  noche se echaba sobre el pozo, con sus cuerpos extenuados por el esfuerzo.  Esperanzo  picaba  sin  parar y cargaba  continuos  capazos  de tierra que  María,  con  una  ruda  polea,  subía  hasta  la  superficie  para  vaciarlos  y retornarlos  al  fondo  del pozo.  El perfil  geológico era siempre  el mismo:  una densa capa de greda y tierra vegetal  seguida de una  durísima  capa de arcilla azul,  fuertemente  consolidada,  que  dificultaba  la  excavación  sobremanera  y provocaba el abandono hacia otro lugar donde volver a empezar la excavación.

 

Aquellos  meses de invierno  agotaron la  paciencia  de María  y en dos  o tres ocasiones  llegó  a  abandonar  a Esperanzo en su tarea  para  recluirse  en casa del cura donde  la  vida era mucho más llevadera  y con  menos trasiego. Fueron  momentos muy duros  para él aquellas despedidas,  a  las  que María  le ponía el mismo soniquete:

 

-Esperanzo,  me voy,  ahí te quedas,  pero te dejo el gallo  para que  te cante ... -.

Él contestaba:  -Vete a  la  puta mierda, maldita  la  hora que te hice  venir, con lo bien que estaba solo-.

Aquellas noches de soledad eran puñaladas constantes sobre su  pecho. Meditaba horas enteras,  hasta que al fin decidía ir a buscarla  para convencerla de que volviese con él; ella siempre accedía y vuelta a empezar...

 

Era el mes de junio  y el pozo en el que trabajaban  hacía  el  número quince.  Estaba situado  cerca de la  rambla,  en una  pieza  abancalada  donde colocó  una   señal  en  su  día  sin  mucho   convencimiento.   Aquella  mañana Esperanzo  notó  en el pico que  la  maldita  capa de arcilla  azul consolidada, curiosamente,  era más accesible  y blanda  con la  profundidad,  cosa bastante extraña, a  tenor de su  experiencia;  apenas hubieron comido,  continuaron  los trabajos hasta que  apareció  una  capa de arena fina  que, con mucha facilidad, se desmoronaba y gritó desde el fondo:

-¡María!  ¡María!-.

Ella se apresuró hasta la boca del pozo y dijo:

-¿Qué pasa, Esperanzo? ¿Estás bien?-.

 

-Estoy como Dios. Me juego el cuello que tenemos el agua cerca-.

Cavó toda  la tarde sobre aquel material nuevo y,  entrada  la noche,  se retiraron  para cenar y descansar.

Era  una  noche de verano,  calurosa,  con un  cielo estrellado,  rutilante y resplandor  plateado de luna llena;  se sentaron  los  dos a la  puerta  de la  casa; los grillos cantaban y una suave brisa de viento de Levante  agitaba  las altas espigas del trigal  en la  hondonada;  se veía con toda perfección  el horizonte; María insistió  en que al día siguiente  debían  ir  al pueblo  para asistir a la  misa que cantaba,  ordenado  sacerdote,  uno  de los  sobrinos  de  Esperanzo,  hijo de su hermana Francisca. Se echaron a  la cama pero su cabeza iba y venía por aquella  preciosa veta de arena que, seguro,  escondía el agua.

 

El gallo cantó a las cinco y Esperanzo saltó de la  cama y,  a medio vestir, esperó a  que rompiese  el día para bajar  al  pozo.  El aire de la  mañana traía una  suavidad de sueños antiguos  y penurias  pasadas;  pero, al llegar  al pozo, vio  su  cuerpo  reflejado  en  el espejo  del  fondo,  azul  claro,  como  la  maldita arcilla,  ahora envuelta por el agua. Gritó como un loco:

María!  ¡María!  ¡Aquí  está  Dios diluido en agua clara!  ¡Me  cago en la sota de bastos!  ¡La madre que me parió!.

 

María bajó corriendo  y,  al ver el agua,  se abrazaron,  lloraron,  rieron  y Esperanzo la  cogió, como si fuese una niña,  y le dio cinco volteretas seguidas.

El manto  del trigal  tenía  un  bronceado desconocido,  había  una  sonrisa en  cada  espiga  y  el  aire  transparente  de  la  mañana  besaba  sus  rostros, mientras Dios dormía en aquella oquedad de silencio.

 

Era el día de Corpus Christi, cuando  Esperanzo y María contaron a la familia que Dios se les  apareció  unas  horas  antes,  en el pozo número  quince del Campo, el mismo día que su sobrino era ordenado sacerdote.